Parece que me contagié en el viaje que hice para repartir las cajitas de zapatos con regalos recogidas en España para los niños refugiados en los campos saharauis. Desde que empecé a sentir los primeros síntomas temía contagiar a la gente con las que estábamos en el campamento. Gracias a Dios nadie cayó contagiado en el desierto. En medio de mi temor entendí que mi enfermedad la conocía Dios y busqué refugio en sus palabras. Me dio mucho ánimo esta promesa: “ Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Romanos 8.28)
En urgencias
Fui al hospital de urgencias con mi esposo, José Pablo, y por la noche nos enviaron a casa a confinamiento. Dos días después, José Pablo tuvo complicaciones con los pulmones y tuvo que ir urgentemente al hospital. Mientras yo en casa todavía no podía comer por complicaciones en la boca y la garganta, devolvía, tenía fiebre, tos, el sabor del agua era insoportable. José Pablo estuvo en el hospital una semana con neumonía, pero se recuperó y llegó a casa mucho mejor. Yo estaba confinada y me fui recuperando poco a poco. Mis hijas me traían la compra y así continué muchos días tomando únicamente la solución salina oral. Gracias a Dios, después de un mes, comencé a sentrme mejor y la doctora me dio de “alta”.
El misterio del virus
Durante varios días el misterio de un virus tan potente me asustó y me desconcertó. No podía creer que el gobierno consiguiera convencer a toda la nación para quedarse en casa de un día para otro. La Biblia dice: “Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia, Oh Dios de nuestra salvación, esperanza de todos los términos de la tierra, y de los más remotos confines del mar” (Salmo 65.5), de modo que comencé a orar para que Dios eliminara este virus en todo el mundo. Dios nos dice en la Biblia: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Romanos 8.32). En Dios tenemos todo lo que necesitamos. El Covid 19 me permitió tiempo para meditar y aprender que Él me daría todo. La debilidad tardó en desaparecer pero quedaron algunos temblores y otros efectos. Ahora vuelvo a la “nueva normalidad”. Para bien y para mal, Dios nos da todas las cosas.